2.8.07

La silla de las circunstancias

"Tengo ganas de hacer algo. Qué he hecho. Tampoco es que exista una obligación, una predisposición para que llegue a hacer algo bueno. Pero los relojes marcando las dos de la tarde, los días continuados, las risas que no se ríen, todo eso me hace pensar. He estado pensando en que si hice algo en estos últimos tiempos. Mi vida ya no tiene la cuenta regresiva de un ataúd porque anda como suspendida, como nada. Nada. No he hecho nada".

"Me siento, y supongo que las cosas deben salirme bien. (Un cigarro que se fuma por sí solo me hace creer que mi distracción puede ser útil). Siempre supongo. Me doy cuenta que las circunstancias no hacen transcursos regulares; que las casualidades a veces parecen predeterminadas, pero que yo no puedo jugar a eso. Que mi cigarro ya se acabó; que no siempre uno puede puede comerse una galleta margarita arrancándole los bordes. Me doy cuenta que no escribo".

"No he hecho nada. Y si le adhiero un no me importa lo que pase, todo adquiere un matiz burocrático, y eso es preocupante. Mi cabeza no lubrica las palabras que quiero usar. Razones. Razones. Debería haber algo mejor que tener que ponerse a discriminar vocabularios; a pensar que esto es terminable. Las estupideces últimamente son caramelos que se me aparecen sin envoltura: ni al bolsillo ni a la mochila: a la boca. Y nada, no escribo nada porque tal vez no sepa escribir. Debe ser eso. Ojalá sea eso. Se me acabó otro cigarro y empiezo a darme cuenta que este cuarto fuma más que yo. Pasa el tiempo como pasaron los meses sodomitas y yo aún no entiendo que no estoy para jugar al narrador de cuentos, al escribidor de los silencios. Infancias cerebrales que no van a regresar, tal vez".

"Voy a intentarlo de nuevo. (Esta vez ha quedado muy circular esta galleta margarita con mis mordidas). No he hecho nada y eso al menos es el inicio de algo. Yo no estoy iniciado. ¿Ahora?".

Y seguía sentado, preguntándose si algo de utilidad le iba a traer el quedarse en el cuarto y no haber salido a pisar lluvia. Sus circunstancias eran las de un hombre menguado. Como cuando uno olvida cambiarse o usar el tenedor y cuchillo. Sin embargo, sucedía que él nunca había vestido algo; comió siempre con las manos. Quería hacer algo, algo para lo que tal vez nunca fue bueno. Iba a estar sentado alli hasta las cuatro del dia siguiente, con un lapicero sin estrenar y unas páginas guapas y de fábrica cara. ¿Sabía escribir?

Un lapicero nuevo, hojas blancas, pies helados y una cabeza necia.