14.7.10

Veintisiete

Ante todo, fueron veintisiete y no veintiocho.
Mi exactitud de cuadras,
mis cincuenta y cuatro de esquinas.

Velocidad
que le daba prepotencia a mis pies esferas;
volando, volando.
Volando
con esos pasadores de tu orden científico
bajo la alfombra.

Y la noche de esa pista ancha
con sus llantas que volaban menos que yo.
Y una mano que cerraba el caño de mi nuca
y el álbum doméstico carente de empirismos.

Después de cincuenta y tres, llegué al descanso
y aclimaté mis certezas.
Entonces,
entre las cosas que volaban, como yo
allí sin volar, aventé mis ojos de conciencia
a un rincón. Y vi mis no finales
y vi nuestro final
que nunca fue y que sigue siendo,
sin samarias y sin tellos.

Invención de palabras,
justificación de verbos:
los misiles que nos aguantaban;
la sincronía de espaldas.

Descansé lo que no me hacía falta
y, con veintisiete países en mis piernas,
dejé que las velocidades amasasen las sentencias.
"Cuando las naciones emigran de ideología",
y sus unitarias poblaciones
obedecen sólo a biosimplicidades.


Así, con la prestanza de un lunes laboral,
me acordé del territorio reconstruído,
y me llevé.
A lo lejos, esos pasadores finalizados,
que direccionaban mis anteriores vuelos;
que formalizan nuevas naciones.

11.7.09

Adopción de epígrafe

Hace poco menos de veinte horas estaba inmerso en una de esas conversaciones de postal. Habían pasado casi cuatro semanas desde la última vez en la que nos vimos. Eso del messenger nunca contó. Para mí no. Entonces, por razones innecesarias de decir, en mi condición de visitante, yo tenía más entusiasmo que ella para conversar.
Así que solté yo de todo porque sabía que en sus pretensiones de escucharme no estaba la de indagar; menos en mi caso. Y, después de mucho intercambio de voces, me acordé que ella es peor que yo recordando fechas. Por mi parte, las que logro archivar en mi memoria, siendo ajenas a mi vida, pertenencen a esas asociaciones con números (puntuales para mí), colores, acontecimientos o cualquier otro garabato. De no ser de esa manera, van directamente al área descartable de mis lóbulos temporales. Ella carece de eso en la práctica. Por eso en ese momento no tuvo oportunidad para la prefabricación de alguna frase célebre; es por eso que su respuesta, a mi acotación desinteresada de la fecha próxima, fue genial. Uno de esos bastones que a veces suele regalar.
-Tu vida va a ser siempre un lado b.
(Empecé entonces a tararear una canción que un par de horas atrás, desde sus parlantes, sonaba como en off.)
-¿Como esa de Concretes o como alguna de Diamond Dogs?-, pregunté, intentando expandir su lisonja. Sabía que iba a entender la bipolaridad de la interrogante.
-Concretes no. Vas a ser un buen lado b, vas a ver. Y escoge cualquiera de Diamond-, sentenció, endulzando su nariz y apuñalando con mirada risa, como hacía tiempo. Porque ella sí sabe demasiado de Bowie; mucho más que yo.

Asimilé siempre con gusto el papel que me ha tocado, el de antihéroe -al menos me da gusto el creer que es así-, pero nunca había pensando en algo como lo de ayer.
Agradecido entonces por la donación de ese nuevo membrete.

4.6.09

Finalmente

El pasado martes, el tema que siempre se pasea por mi cabeza se entrometió en una conversación que tenía con una amiga. Me preguntó si es que en algún momento iba a cansarme de esperar a ese final. Algún final. Le dije que no; que desde varios años estoy en esto. Y que si nunca llega es porque así debieron darse las cosas. Un deber de ausencia. Obviamente que extremé al decir eso, como aquellas personas que creen obtener frialdad al decir que si mueren, mueren. Así es pues, dicen. Eso sonó despreocupado, temerario, pero en verdad yo no quería que eso suceda. Quien escuchaba tampoco me creyó. Por eso me rectifiqué diciendo que, en verdad, espero la llegada con cierta ansiedad. Emoción.

No soy de hablar mucho de ese tema por largos ratos con otros. Pero ese día su curiosidad y mi condescendencia hicieron que hablásemos de eso por casi tres horas, esperando que llegue un amigo. Luego fui a la casa de una tía para saludarla por su cumpleaños y, después de media hora me fui del lugar. Me bajé cerca del hotel Meliá. Lo conversado durante el día me estaba haciendo elucubrar algunas cosas. Eran casi las doce y llamé a la persona con quien estuve desde la mañana hasta la tarde-noche. Mi intención era verla en ese momento para seguir hablando. Iba a decirle que andaba por Javier Prado, pero luego pensé en lo jodido que podría resultar. Así que sólo pregunté si había terminado aquel trabajo y, sobretodo, si iría a lo de La Mente. Iba a ser mejor caminar solo.

Desperté con cierta flojera. Tenía que hacer un amiste una vez más con los números a fin de sentarme frente a un examen dentro de casi un mes. Me encontraría luego con unos amigos a la hora del almuerzo, con quienes no se cómo fui a parar en una sala de cine. Regresé rápido a mi casa. Encontré conectado en el Messenger a un amigo con el que siempre conversar es más que grato. Y, mientras hablaba con él, fue inevitable recordar las cosas que había dicho y oído el día anterior. Después me fui, ya de noche, a la casa de uno que vive cerca. Iríamos a lo de La Mente, pero desistí cuando me enteré que iba a durar poco tiempo y que no serían los que cerraran. Algunos fueron, otros no. Yo a mi casa; supuse que me acostaría temprano.

Al terminar de comer, volví a sentarme delante de la computadora: terminar de leer un blog que descubrí en la tarde, responder un mail y preguntar, a los que fueron, qué tan bueno estuvo aquello del grupo que juega con los “Sonidos del Sistema”. Entré al Messenger y, como en la mayoría de veces, uno recibe y ofrece saludos para al final terminar tratando cosas más extensas con dos o tres personas. Así pasé largo rato conversando con un amigo sobre el guión que en su universidad le habían dejado como tarea y acerca del viaje que tiene pensando hacer. También una amiga iba a darme alcances acerca de un negocio al que pienso entrar para luego conversar de temas personales que lindaban más con los suyos que con los míos. Ya para ese entonces, si al inicio tenía algo de sueño, siendo las dos de la madrugada, ése ya había desaparecido. Me despedí de ambos aduciendo que iba a leer un poco. No obstante, minutos antes de salir del Messenger, corregiría aquello al decir que saldría a caminar por el parque. Una persona que vive por mi casa me preguntó si estaba en la mía. Afirmé. Me dijo que iba a sacar a pasear a su perro que estaba haciendo demasiado ruido. Preguntó si yo tenía ganas de salir un rato, que a esa hora aburre caminar sola con su perro. Le ofrecí algo mejor: yo lo sacaría, que ya yo tenía pensado salir a caminar. Ella no se negó. Apagué la computadora y me fui. Llegué a su edificio, ella bajó con el perro que había yo visto por primera vez cuando éste tenía meses de nacido. Le dije que demoraría media hora. Pero sería con el transcurrir del tiempo en el que llamaría para decirle que mejor iba a llevarlo a mi casa hasta la mañana. Todo bien.

No sé cuánto tiempo estuve afuera. Cuando me sentaba por ratos, el perro seguía andando. Su juventud le permitía eso. Yo estaba en lo mío. Aquello del final, de esperar un final para las cosas que escribo. Pensar en el final y no en esas historias inconclusas. Esas más de dos horas que estuve afuera hubiesen sido malgastadas de no ser porque, al llegar a la esquina de La Romana algo apareció. Le di una palmada en la cabeza al perro de lo contento que me puse. Éste se puso a ladrar por el golpe.

Dos finales. No hay inicio, no hay trama, sólo dos finales. Eso es lo que importa. Para mí sí. No es que tenga miedo a empezar a concluir lo que hago. No tengo miedo a pedir resultados. Bueno o malo, yo qué sé. Sólo era cuestión de esperar. Me desperté hace un par de horas, y luego de esto tengo que salir a otro lado, pero lo inevitable es que voy a coger unas hojas y un lapicero.

12.5.09

Niebla

Sólo que guste caminar. El resto es engranable.

23.4.09

De vuelta a lo básico. Iniciático.

Hace casi un mes, al despertarme, me percaté de que mi canguro ya no estaba adherido a mi torso. Mi espalda ya no cargaba ese pequeño equipaje de urbanidad. No recuerdo bien si fue domingo o lunes. Mi cara estaba despertándose recién y luego de preguntarle al resto, bajar y preguntarle a los que faltaban y salir y preguntarle a otros más, resignado habré debido proferir con mucha pesadez puta madre, se me perdió.

Ya después no me puse a indagar en mi memoria los lugares en dónde pude haberlo dejado. "Ya fue". Pero en verdad aún era. No sólo había perdido ese canguro Timberland. Con él se perdieron dos cajas de cigarros, un encendedor, un quizá ya derretido Princesa, el Nextel, llaves, una tarjeta memoria, el celular y el iPod. Y `para ahorrar descripciones de valor, enumeré didacticamente las pérdidas en ascendente importancia. En fin, me sentí calato por todo estas últimas semanas.

Primero sin algunas fotos irrecuperables, luego incomunicado y para variar sin música. Sin música. Todo se haría entonces más dificil de llevar. Se me hizo más complicado intentar caminar algo más de cinco cuadras solo, siendo eso algo que me encanta. Ahora el andar iba a ser llevadero solamente con compañía. Qué iba a hacer pues.

Esperar nomás.

Mientras tanto mis orejas se taponeaban con el producto de un mp3 suplentón, con la música del micro o con las remembranzas leales de lo que antes escuchaba. Por otro lado, a falta del celular y Nextel, también estaba inubicable. Eso siempre es bueno cuando uno lo desea; mejor cuando te enteras media hora antes de lo que está por suceder. No me hacía mucho drama en ello. Pero lo básico estaba circunspecto a mis orejas solitarias. Waits, los Stones, Calamaro, Bangalter, Cadillacs, Beirut, los Stripes, Fitzgerald, Cerati, la Mente, Drexler, Sinatra y un ufffff que completaban las más más de mil opciones de ese reproductor, ya no estaban cuando caminaba. Sólo metidos en la computadora y en los discos que se honguean.

Esperar nomás.

Y saqué duplicado a las llaves. Compré el celular (el Nextel aún espera) y ayer salí por el iPod. Fui con Mateo para receptar sugerencias. "Si voy a comprar otro iPod, que tenga mayor espacio. Algo mejor". Y aunque ese Nano de 2da generación de cuatro gigas era estupendo con esa cubierta blanca y el respaldar metálico, necesitaba algo de más espacio. Así lo doblegué. No opté por el Clasic porque es muy dificil de llevar en mi bolsillo (a pesar de esos seductores 32 gigas). Mucho menos iba a pretender otras rarezas ya sea por los modelos o por el costo. La posibilidad de una nueva pérdida siempre está presente.

Al final vi un rectángulo algo más grande que mi anterior compañía. Ocho gigas: el doble de conversación. Y, a pesar de que dudé de esa nueva presentación grisácea, lo compré. Todo iba a ser parecido a antes.

Esas son las pequeñas cosas que a veces desmaximizan mi rutina que por ahora está algo entretenida. Ayer le adherí todos lo que consumía mi cabeza mientras subo a un carro, camino, espero sentado o leo alguna revista. Hoy caminé ya más tranquilo y a pesar de que estaba con gente, hubiera resultado lo mismo estar andando con mi sombra. Creo que hasta mejor. Mis orejas guardaron ese mp3 y se reencontraron con sus audifonos siameses de antaño.

4.1.09

A million of parachutes

Cuando me acuerdo de ti, a las cosas las supongo más fáciles.
Y ya no importa que no pueda. Ya no importa que no sea.

(Joroba guapa.
Panza de un mes.
Entusiasmo de día uno. Pies que cruzan el asfalto.
Mochila elefante.)

20.10.08

Disciplina y el canto de pajaros mientras amanece

En estas dos últimas semanas he estado con sensaciones de disfuncionalidad. ¿De qué? Yo que sé. No he hecho nada.

Yo no puedo tener la mente puesta en una sola cosa por más de una hora, cuando ésta no me gusta. Todo lo restante del día se me bloquea. Me siento inmerso en eso. Desagradable. Como perteneciente a esos asuntos académicos de saco y corbata, de lengua de robot, de pechito inflado documentero.

No es que quiera huir de esos asuntos. Desearía afrontarlos con demasiada anestesia, como creo haberlo hecho hasta hace un mes. Pero ahora ya no parece ser así. Tengo que teletransportarme con la rapidez de un micro para llegar a tiempo. Ese tipo de obligaciones me fastidian.Veo este blog desnutrido y ya sé quién tiene la culpa. No, yo no. Mi cámara se quedó en el depósito durante estos diez últimos días. Mi cuaderno ya no tiene tantas palabras como antes. Y Pequeñas Infamias se ha quedado con el separador en la página cuarenta y siete. No creo que tenga yo la culpa.

El sábado pasado (madrugada del domingo para ser exacto), regresando cada uno a su casa, nos sentamos en la esquina de Palmeras con Dos de Mayo, a una cuadra del límite de Lince y San Isidro. Íbamos a esperar a que uno suba y baje del quinto piso de su edificio para traernos agua helada. Fue ahí cuando se me vino el ebrio de cantina y le conté al más sobrio exactamente lo escrito en el anterior párrafo. Se demoró mucho en abrir lo boca, pero terminó diciendo lo necesario. Te falta disciplina.

Tomamos el agua y nos volvimos a parar. Faltaban casi cinco cuadras para llegar a mi casa y, sin embargo, ya no caminaba desganado. Había solamente necesidad de disciplina . Además, el canto de los pájaros escondidos en los árboles, mientras amanece, siempre me estabiliza.