5.4.08

23 minutos

Despertó vestido con un conjunto de camisa y pantalón de algodón que usaba los miércoles, jueves y viernes, para dormir. Se apoyó en el velador que estaba a su derecha, buscó sus franciscanas y se fue al baño. Cogió su mandíbula anciana, palpando una barba de tres días. Bajó sus manos y callado, empezó a verse frente al espejo, arrullado con el gotear del caño. Puso la misma cara triste de siempre, y queriendo darse lastima la consiguió. Sus ojos empezaron a botar lágrimas que carecían de verticalidad por desviarse en las arrugas de su rostro. Se mojó la cara y, alentado por una fatiga, apoyó sus manos en el lavatorio.

“Creo que esa vez fue la última”.

Había dicho hasta luego como últimas palabras para auqellas conversación y recibió un nos vemos como respuesta. Eran tiempos de desidia y risas irresponsables: de edades mantenidas. Así pasaron días, meses y empezó a pensar si aquella había sido la última vez. ¿Por qué ya no aparecía? Coleccionó horas en postales y sus pies a veces se convertían en témpanos pretendiendo el socorro. Hizo muchas cosas para disimular su espera.

Y sus camisas se volvieron geométricas, y aparecieron pañuelos gastados en sus pantalones gastados con enmendaduras ya gastadas. Su espalda se cansó y cosechó cerros osificados. Los días hicieron que se dé cuenta que esos ya no eran sus lugares, que su edad ya no era adolescente; que la enfermera lavaba sus pañales y que la sopa cada vez le parecía más agradable. Así que se fue a esperar a otro sitio, porque eso era lo único decente que podía arrimarse a su inacción.

“Creo que esa vez fue la última”.

Ignorando sus asimilaciones de realidad, salió del edificio, se sentó en la banca de en frente y, tranquilizado por la sombra del naranjo, ejecutó una vez más el rito que llevaba décadas de existencia. Los cerebros suelen caminar y por eso se gastan cuando uno envejece, dijo alguna vez en sus años de adulto.Se levantó y resignado como los días anteriores al mediodía, inició el regreso al ostramiento en aquel edificio. Sus pies lo guiaban, indicándole que habría que cruzar nuevamente esa pista. Y a su cabeza vino nuevamente lo que había pensado en el baño.

“Creo que esa vez fue la última”

Y de repente, en medio de esa pista, sintió que algo tocaba su hombro. Era ella, pidiéndole que volteara, que había llegado. Y vio dos platos llenos de vació y manteles monocromos. Vio la misma armadura qué él había tocado para salvarle la vida. Cuando sintió que su hombro había sido tocado, vio todo. Iba a haber mucho de qué hablar. Estaba contento, porque aquella no había sido la última vez; porque a pesar de su edad después de todo, él podría seguir esperando.

El camión aceleró dándose a la fuga, dejándolo tirado.