14.7.10

Veintisiete

Ante todo, fueron veintisiete y no veintiocho.
Mi exactitud de cuadras,
mis cincuenta y cuatro de esquinas.

Velocidad
que le daba prepotencia a mis pies esferas;
volando, volando.
Volando
con esos pasadores de tu orden científico
bajo la alfombra.

Y la noche de esa pista ancha
con sus llantas que volaban menos que yo.
Y una mano que cerraba el caño de mi nuca
y el álbum doméstico carente de empirismos.

Después de cincuenta y tres, llegué al descanso
y aclimaté mis certezas.
Entonces,
entre las cosas que volaban, como yo
allí sin volar, aventé mis ojos de conciencia
a un rincón. Y vi mis no finales
y vi nuestro final
que nunca fue y que sigue siendo,
sin samarias y sin tellos.

Invención de palabras,
justificación de verbos:
los misiles que nos aguantaban;
la sincronía de espaldas.

Descansé lo que no me hacía falta
y, con veintisiete países en mis piernas,
dejé que las velocidades amasasen las sentencias.
"Cuando las naciones emigran de ideología",
y sus unitarias poblaciones
obedecen sólo a biosimplicidades.


Así, con la prestanza de un lunes laboral,
me acordé del territorio reconstruído,
y me llevé.
A lo lejos, esos pasadores finalizados,
que direccionaban mis anteriores vuelos;
que formalizan nuevas naciones.