23.8.08

Divagaciones de una tarde de viernes de literatura fantástica

Ayer viernes, después de mucho fui a una de esos coloquios al Cornejo Polar de Miraflores en donde lo principal (para muchos a veces resulta tal) estaba en oír pronunciarse la palabra literatura. El caso fue escuchar disertaciones acerca de la literatura fantástica. Y creo que luego de haber estado horas sentado dentro del recinto de paredes blancas con dimensiones pequeñas, algo nuevo recogí.
Lo mío en ese sitio resultó tener otro tipo de temática. Me reencontraría con un amigo del primer taller en el que estuve, al cual no veía desde hace casi tres años (en estos tiempos, la internet hace necesario mencionar eso); y, también, aterrizaría allí con otros dos amigos del cole, a los cuales terminé avisándoles del asunto el día anterior.

Llegando casi a las once, nos fuimos a sentar en la penúltima fila. No recuerdo quién de los dos se cuestionó por qué no nos sentábamos más adelante, pero creo que nada nos aseguraba que aquello fuese a resultar muy ameno como para evitar un aburrimiento. Ya pasada una hora, giré mi cabeza y vi sentado a David; lo saludé con apretón de manos y con un cómo te va silencioso pues todavía seguían hablando acerca del apoyo que brindó en sus inicios la física cuántica a la legitimación de lo fantástico en la literatura.

En fin, en el primer receso, hablé un rato con David. Me puso al tanto de su vida y yo a él de la mía. En eso, el moderador pedía a través del micrófono que nos sentáramos para poder ver una reseña fílmica de José B. Adolph. Entonces busqué mi sitio, sin embargo, Oscar y Ray ya habían llevado sus sillas más al fondo, pegadas a la pared. Sentí que era buena idea y acoplé la mía a la misma ubicación.

Fue bueno aquello que proyectaron. Luego vendría otra exposición, y fue entonces cuando volví a fijarme en aquellos que, sosteniendo alguna hoja en blanco y aparato para escribir, tomaban apuntes de lo que en esos momentos se escuchaba. Noté que la mayoría de ellos no pasaban en apariencia los veinticinco años. Más tarde, también aparecerían algunos de quince o dieciséis para hacer lo mismo. Traje entonces a mi cabeza aquellas imágenes en las que yo, con mis catorce años, abordaba esas conferencias con la primordial intención de tomar apuntes de un Bryce, Cisneros, Zurita u cualquier otro anónimo personaje de trayectos literarios. ¿Cómo me abré visto entre tanto viejo? ¿Cómo me habrán visto?

En esta ocasión yo estaba sentado allí sin libreta ni nada en mano, mirando el techo; hablando con Oscar y a veces con Ray al mismo tiempo (él primero se sentaba a mi izquierda y éste a la derecha del segundo) de cualquier otra cosa. Como de las piernas de la tipa de falda rosa de la primera fila, "¿no las has visto? A penas se levante deberías verlas"; de lo marmota que se veía aquel gordito con lentes que en esos instantes desarrollaba su ponencia acerca de los cuentos de Adolph; de que -previa comunión de nuestras tres cabezas- sería bueno encontrar esa pela que comentó al inicio el primer forista, Lost Highway de David Lynch; que ya teníamos hambre; que no me olvidara -palabras de Ray- de que el martes debíamos ir a ver el documental de los Rolling que acaba de estrenarse... También nos cagamos de la risa prudentemente a decibeles bajos al ver que el contiguo a Ray, un tipo treintañero con forsosamente literario saco beige, se había quedado dormido, apuntando su cara hacia el techo

A la una de la tarde, se anunció un receso de dos horas. Me despedí de David, diciéndome él que regresaría. Nosotros tres también nos fuimos a llenar nuestros estómagos. Les dije que estaría de vuelta a las cinco; ellos a mí, que a las tres.

El tráfico en la Javier Prado antes era una mierda, pero ahora con esto del crecimiento es más mierda aun. Como de elefante. Llegué casi a las seis. David estaba sentado mas adelante que en la mañana, conversando con una que aparentaba menos de treinta. Ray ya se había ido a las cinco, me dijo Oscar cuando lo encontré sentado al fondo de la sala pero esta vez al otro extremo. Pobre Ray, lo comprendía. Él en la mañana dijo que no aguantaría hasta la una de la tarde, ¿cómo hizo para regresar y luego estar allí dos horas más? ¿Cómo hice yo para regresar con ganas de estar allí hasta las diez? ¿Cómo hizo Oscar para estar allí todavía? Todo estaba tan aburrido, tan leído-de-papeles que de fantástico no había nada.

-Si Chemo Román tuviese que calificarlo por ese tipo de exposición le hubiera dicho "ahora siéntate, tienes R-", ¿no?
-RH.

Después, ni bien me senté y Oscar me mostró lo que había apuntado en una libreta publicitaria del año 86 (espero lo trascriba a tu blog). Y después de decirle, con un espíritu freak creo, que esas cosas dadas su antigüedad debían coleccionarse, leí lo escrito por él: no había nada teórico, ninguna idea importante acerca de lo que fue la ponencia que yo no vi. Había una radiografía entera de lo cojuda que fue la intervención de un tipo que causó el sueño de la que estaba a su lado; le dio palabras también a la expositora brasilera y también al de una compatriota. Entendí entonces por qué Ray aguantó: entendí el porqué había yo querido regresar.

Empezada ya la penúltima "mesa", nos adentramos, ahora sólo Oscar y yo, a lo que sería una nueva ejercitación de nuestros oídos irónicos. Creo que todo estaba empezando bien, hasta que me contó que ésa que expuso sobre las mujeres finlandesas, a la que hacía mención en su libreta, era precisamente aquella mujer de falda rosa. Comenzábamos ya no tan bien entonces. Un poco de mi expectativa había disminuido. Guardaba la intención de mirarle las piernas mientras ella hablase de lo que tenía que hablar frente al micrófono, y, como le diría luego a Oscar, quién sabe, hasta un movimiento Bajos Instintos de sus piernas. Tenía cara de intelectualoide que quería maquillar ese semblante de maldita, como algunas de esas de base tres a las que veo en mis pocas idas al Etheria. En fin, de allí en adelante, seguiríamos hablando cosas huevonamente serias. Vendrían los chiquillos y sus cuadernos Norma que mencioné líneas arriba. Seguiría viendo cómo los que compartían edades parecidas a las nuestras hacían sus apuntes (pueda que sea un hecho que ello rescataron mejor información que nosotros). Nota aparte para la que estaba a mi derecho, la cual buscaba caligrafía hasta para transcribir los bostezos de quien se sentara en la mesa principal.

Creo que también hubiese sido bueno que nosotros tomásemos apuntes de lo que escuchábamos. Yo lo habría hecho de estar solo tal vez; ellos también. Mayormente soy propenso a hacerlo. Pero, tampoco la literatura era para asimilarla con aires míticos en esos momentos. Éramos tres que allí gustábamos de la lectura y de la escribidura, pero también de ver todas las dimensiones que una mujer puede mostrarte al caminar o de remembranzas de nuestros años escolares. El vernos allí, menospreciando con humor a todos, me hacía recordar al trío cagón de críticos de La disciplina de la vanidad. Y es que no todo es para tomarlo en serio. Las cosas siempre tienen que tener un lado divertido cuando uno gusta de ellas. Y a nosotros, en grados y dosificaciones distintas quizá, nos gusta la literatura. Yo ayer reafirmé mi eterna adherencia a ella. Por eso tanto raje y cague de risa en ese sitio de muchas caras de cuasibohemia; por eso aguantamos tantas horas sentados allí.

2 comentarios:

vagabundo dijo...

hahahhaa, yo si podia aguantar, elos temas estaban semiinteresantes, al menos la descripción de la ciencia ficción me dejó pegado, sólo que a las 5.30 tenía que ver that's 70's show, jaja, óscar se olvidó de contare que me quedé jato como 10 minutos jajajaja

Asociación de poetas circunstanciales dijo...

Creo que aún no existe un objetivo colectivo por lo que la realidad queda como ellos proponen, en una posible fantasía. Creo que sin fantasía no habrían sentimientos reales.